Novela política-profético-onírica
ambientada en la próxima guerra
que se desarrollará en la Argentina
luego de ser invadida
por las tropas de las Naciones Unidas.
Escrita por José Luis Núñez.

Epílogo

Tras leer los borradores que sometí a su opinión, uno de mis hijos me reclamó airadamente que diera una conclusión al combate que preanunciaba el final de la crónica. Lógico requerimiento de una impaciencia juvenil.
Me requería una tarea imposible. En primer lugar, porque tal como dice el conocido verso “…toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, resulta imposible dar continuidad onírica a un producto de mi psique recurriendo al propio voluntarismo.
El sueño que – en forma de crónicas- antecede a este epílogo fue tal y su límite estuvo dado por el despertar.
En segundo lugar, porque, así como está terminado el relato permitirá a cada lector imaginar el final que mejor se acomode a su conformación cultural, a su conocimiento histórico, a su voluntad política, a su capacidad de ensoñación.
Porque los sueños forman parte de las vidas de las personas y del subsuelo cultural de un pueblo. Son los sueños los que a lo largo de la historia, han guiado a las personas y a las sociedades por sus devenires enfrentando el constante desafío que la providencia les ha puesto por delante.
Tras esos sueños algunos han abrazado aventuras que aún hoy día nos aparecen más epopeyas homéricas que andanzas humanas. Otros, renunciándolos, se han sumergido en una mediocridad que los ha maniatado en la edad de piedra.
Me pareció entonces conveniente mantener un final abierto.
Abierto al alma de cada uno de los lectores que hayan compartido estas líneas.
Porque a los argentinos también nos cabe el sayo que arriba expuse.
Y nuestro desafío personal y como comunidad social-nacional tiene la medida de nuestros sueños.
Los que peinamos canas, tuvimos grandes sueños, para nosotros y para toda nuestra Argentina. Tras esos sueños trabajamos, luchamos, sufrimos y fuimos derrotados. Derrotados por un enemigo poderoso y por errores y debilidades propias.
Pero no nos rendimos.
Porque, como dijo alguien, la vida es lucha, y renunciar a la lucha es renunciar a la vida..
FIN DEL PRIMER SUEÑO.

15: Que truene el escarmiento

Julián Maidana miraba la puerta de su casa deseando, esperando ver aparecer a su hija María Eva, para correr a abrazarla y besarla y llevársela a su esposa, para que la viera y dejara de llorar tirada en la cama.
Los vecinos que trajeron la noticia en medio de la alarma que siguió a los ruidos provenientes del ataque les dijeron también que aparentemente no había ningún sobreviviente.
Julián se aferró a la esperanza y corrió las doce cuadras que lo separaban del edificio en llamas pero no pudo siquiera acercarse. Los soldados de la O.N.U. habían cerrado con barricadas metálicas todos los accesos a las inmediaciones del edificio escolar.
Gritó y puteó a los chinos que cuidaban el perímetro y que le impedían que trepara las rejas con las bayonetas de sus fusiles.
Alcanzó a distinguir los camiones chinos y a los soldados que extraían bultos entre los escombros y los metían en las cajas de los vehículos y cerró los ojos para no ver más.
Por fin volvió a su casa, donde la mamá de María Eva, acompañada de una amiga, estaba postrada y abatida desde el momento en que se enteró del ataque chino a la escuela en la que cursaba el secundario su única hija.
Las horas que pasaron hasta que llegó la luz del día lo fueron calmando, mientras que otros vecinos comedidos confirmaron la terrible noticia: todos los alumnos habían muerto, junto con los profesores.
Frío como un cadáver, besó a su mujer que dormitaba bajo el efecto de los calmantes que un médico que había inyectado y salió de su casa. Caminó en medio de la gente que corría por las calles de Caleta, sin escuchar nada de lo que pasaba a su alrededor, mientras en otros hogares y otras familias se multiplicaban las escenas de dolor y de furia.
Julián no sentía dolor ni furia. Lo inundaba una determinación fatalista y serena.
En el playón donde lo dejó estacionado la noche anterior, llegó al camión tanque que –cargado con cincuenta mil litros de nafta- debía conducir hasta Viedma en un viaje de rutina.
Revisó concienzudamente los neumáticos del tractor, del semi y del acoplado. Controló el enganche y el sistema de luces. Subió a la cabina y puso en marcha el equipo. Tranquilo, como cada día de su vida de camionero de largas distancias, tomó por caminos secundarios para salir a la ruta tres más allá de la entrada norte del pueblo, y encaró como yendo al Chubut.
Mientras manejaba recordaba cuantas veces, junto con su mujer y su hija habían ido caminando hasta la línea de la marea, a ver el inmenso océano solo por el gusto de verlo. Mientras tomaban el mate que su esposa había llevado, María Eva hurgaba entre los cantos rodados de la playa buscando estrellas de mar o piedras raras, que les alcanzaba riendo, a sus padres.
Poco tiempo atrás le había comentado que, cuando terminara su secundario, pensaba estudiar biología marina.
El sol estaba alto cuando escuchó a lo lejos, ruidos de disparos y explosiones que llegaban traídas por el viento que soplaba desde el norte.
Ese tramo de la ruta sigue los desniveles del terreno que se desliza suavemente hacia el océano y desde una loma pudo ver mientras conducía, que sobre el mismo camino y hacia ambos costados se combatía con crudeza.
Los pelotones que se habían reunido a lo largo del camino, desde Alto Rio Senguer, Rio Mayo, Colonia Sarmiento, Pampa del Castillo, que se habían apostado al sur de Rada Tilly, atacaban a las tropas inglesas que Beresford envió para reforzar al grupo chino de Santa Cruz.
En esa zona la ruta tiene grandes curvas y contracurvas que obligan a reducir la velocidad de los grandes vehículos. Pero la pericia de sus largos años de obrero del volante le permitió mantener la rapidez de su desplazamiento y aún aumentarla a medida que se acercaba a la zona del combate.
Una inmensa tranquilidad inundó su alma y su mente. En otra ocasión hubiera detenido su camión y probablemente, habría retrocedido en busca de seguridad. Pero en esta ocasión aceleró mientras sus manos ejecutaban rutinarios movimientos en los instrumentos del tablero.
Aprovechando la leve pendiente que descendía a su favor, alcanzó enseguida los ciento cincuenta kilómetros por hora.
Los ojos -que veían a su hija llamándolo desde el camino- advirtieron el estupor en la cara de los ingleses que desde sus vehículos lo vieron aproximarse como un bólido.
Vio también los fogonazos de las armas que lo tenían a él en la mira e intentaban, desesperadamente, detenerlo.
En el postrer instante aunó su fuerza – cuerpo y alma- a la que empujaba la mole de hierro y combustible contra los vehículos y soldados del ejército extranjero que había matado a su hija.
Cuando su humanidad acribillada se estrelló contra el primer camión ingles, arrastrándolo contra el resto de la columna convertidos todos en una inmensa bola de fuego, su alma estrechaba amorosamente en un abrazo a María Eva, su chiquita.
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En Comodoro Rivadavia, quince kilómetros al norte del lugar del combate, inmediatamente se conoció la noticia de la derrota y apresamiento de los refuerzos británicos que habían salido de allí para auxiliar al contingente chino.
Mientras tanto, las fuerzas americanas se dirigieron hacia el sur, llegando poco después a Caleta Olivia donde se reunieron con los locales.
Privados circunstancialmente de ayuda, los orientales ofrecieron dura resistencia, pero la población caletense que se unió para vengar a sus hijos consiguió doblegarla a fuerza de furia y coraje. Los integrantes de la resistencia, mejor organizados, fueron el nervio y cerebro del ataque y se sumaron como cualquier otro vecino, al asalto final que quebró las resistencias del contingente de la O.N.U.
No dieron ni pidieron tregua ni cuartel. No obstante, respetaron la vida de los soldados que pidieron rendirse después de matar a sus propios jefes, que intentaban impedirlo.
……………………………………………………………………………………… Mientras tanto, en Comodoro Rivadavia Urpoli trataba de organizar los movimientos que más o menos espontáneamente se iban sucediendo a medida que llegaban noticias desde el sur, desde otras localidades patagónicas y desde Buenos Aires.
En toda la región se había generalizado una insurrección que los cuerpos de la Resistencia intentaban conducir, pero la población constantemente desbordaba los planes generando múltiples enfrentamientos con las fuerzas invasoras, las que se veían aferradas a sus cuarteles, sin capacidad de desplazarse para responder a los pedidos de ayuda que recibían constantemente de otras unidades.
Las víctimas de tales luchas, lejos de amedrentar a la sociedad, constituían el fermento que profundizaba la rebelión.
Todos aquellos que no estaban avocados a una situación particular, convergian a Comodoro, pues eran sabedores que allí estaba el cuartel general de la fuerza invasora.
Poco a poco se puso cerco al mismo y se fue estrechando en cada arremetida. Los caídos eran reemplazados por más y más voluntarios.
El “Batallón Treinta y tres” formado por uruguayos y mandado por Jorge Artigas, se empeñó en una lucha casi suicida que consiguió con tremendas pérdidas propias, abrir una brecha en el dispositivo defensivo que había montado Beresford, a la espera de refuerzos navales.
Esto sumado al efecto demoledor del ataque constante al que eran sometidas sus tropas y las desalentadoras noticias que recibía de casi todas las unidades que estaban esparcidas a lo largo y a lo ancho de la Patagonia, llevó al comandante en jefe de la fuerzas de las Naciones Unidas, a solicitar un parlamento con el jefe de los nacionales.
Úrpoli, que recorría las primeras filas del combate, aceptó la propuesta y una hora después recibía a un emisario de Beresford en un improvisado despacho montado en la Comisaría céntrica.
Las condiciones que transmitió el portavoz del jefe inglés eran sencillas. Solicitaba un “alto del fuego” general, ofrecía entregar las instalaciones que defendían y retirarse con sus hombres, armas y bagajes a algún lugar acordado dentro de las inmensas soledades patagónicas, a la espera de ser repatriado por sus respectivos países.
Una vez que lo escucharon, se le indicó esperar una respuesta mientras Urpoli y su estado mayor se retiraron a deliberar.
Mientras tanto, la población toda de la ciudad se había congregado alrededor de la comisaría, manifestando de diversos modos su apoyo a la gesta de la resistencia.
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La mañana bonaerense era densa en una neblina impropia de la estación que atravesaban.
Mientras un camión de mudanzas se estacionaba en el extremo sur de la avenida costanera de Quilmes, una chata arenera se alejaba de la costa platense impulsada por sus poderosos motores diesel.
Durante toda lo noche, habían trabajado para poner a bordo de la misma uno de los lanzadores y acondicionarlo de modo tal que los efectos del oleaje no perjudicaran su uso.
La “Yarará” que así se llamaba, había llegado desde Entre Ríos con las últimas luces del día anterior, con la excusa de llevar a talleres sus motores.
Su capitán, el “Moncho” Soaje, era un tape que se había pasado la vida acarreando toneladas y toneladas de arena uruguaya a las costas argentinas, y conocía canales y bancos como solo un baqueano puede saberlo.
La embarcación navegaba arrastrando dos botes semi-rígidos que podían ser impulsados por poderosos motores fuera de borda.
Cuando la “mesa chica” decidió utilizar los dos únicos misiles tácticos que disponía para atacar al edificio que habían identificado como sede del cerebro de la invasión, reunió nuevamente a los principales dirigentes que aguardaban sus órdenes, quienes asumieron, junto con sus principales colaboradores, la riesgosa tarea de llevar a cabo el ataque.
Se organizaron dos lanzamientos simultáneos, desde diferentes lugares. Uno de ellos desde tierra firme y el segundo, desde el río. Bocha y el Indio lideraban cada grupo.
Más de cien personas tomaban parte de la operación, directa o indirectamente. El clima resultó propicio, porque no era necesario visualizar óptimamente un blanco fijo cuyas coordinadas habían sido concienzudamente introducidas en ambas computadoras de tiro.
La neblina a su vez protegía a la barcaza de observadores indiscretos.
Cuando la “Yarará” se acercaba al lugar desde el cual se había previsto efectuar el lanzamiento, fue avistada por la tripulación de una lancha de la Prefectura, que le impartió orden de detener motores y permitir el abordaje.
El enorme cajón rectangular del lanzador -que se destacaba nítidamente sobre la obra muerta del barco- llamó la atención de las autoridades, presumiendo encontrarse frente a un contrabandista.
Mientras la chata aminoraba su velocidad, los dos botes semi-rígidos que la escoltaban se acercaron a la embarcación policial abordándola resueltamente, impidiendo toda reacción de su sorprendida tripulación.
Una vez que fueron desarmados y asegurados, se les informó del operativo en ciernes, del que fueron mudos testigos.
La niebla fue iluminada al unísono desde dos puntos distantes entre sí por sendos destellos rojizo-anaranjado que dejaban en el aire ligeras estelas por la condensación de las gotas de agua suspendidas.
El camión de mudanzas se incendió en el mismo lugar del lanzamiento y la chata arenera fue abandonada, habiendo trasladado a la misma a la maniatada tripulación de la prefectura.
Nadie se quedó a observar los resultados de la acción, pues otros grupos ubicados cerca del centro de la ciudad de Buenos Aires, tenían esa misión.
Mientras navegaban velozmente hacia la costa, escucharon nítidamente transmitidas por la masa acuática, dos sordas explosiones, cuando los casi ciento cincuenta kilogramos de explosivo impactaron contra la torre.
Desde la costa porteña, luego del destello inicial, que se apagó en breves minutos, se observaron nítidamente las llamas producidas por el incendio de los enormes depósitos de combustible que poseía la base del edificio, las que producían el humo negro que envolvió rápidamente a la torre.
Cientos de miles de metros cúbicos de gas oil, nafta y gas ardieron vivamente, provocando el fuego que se fue propagando, piso por piso, hacia los niveles superiores de la faraónica construcción consumiéndola rápidamente.
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Cuando las fuerzas militares inglesas se rindieron en 1806 ante las milicias y la población porteña, obtuvieron de parte de Liniers un trato caballeroso y gentil que desagradó a españoles y criollos, porque se había combatido mucho, había corrido mucha sangre y el pueblo anhelaba tomar venganza contra el invasor.
Luego de escuchar las opiniones de sus colaboradores, Urpoli meditaba sobre la suerte corrida por el generoso Liniers pocos años después.
Porque pocos sabían que el pelotón de fusilamiento que ejecutó en Cabeza de Tigre la condena a muerte del héroe de la Reconquista, dispuesta por el jacobino Juan José Castelli, estaba formado exclusivamente por soldados ingleses que se habían quedado en Buenos Aires después de las dos invasiones.
No había en el año 1810, en toda la extensión de las Provincias Unidas, un soldado criollo dispuesto a cumplir esa durísima condena.
El recuerdo del héroe fusilado por la decisión de una Junta revolucionaria que veía en el libre comercio con el imperio inglés una de las bases del desarrollo del país, lo acompañó en la decisión.
Llamado nuevamente el emisario inglés a la presencia de los jefes de la resistencia americana, le dijo: - Diga al General Beresford que sus condiciones son rechazadas. El es el comandante de una fuerza militar que ha invadido sin razón ni derecho alguno la sagrada tierra de los argentinos, provocando enormes daños en vidas humanas y materiales. Que se apreste porque de no mediar su rendición incondicional, en diez minutos comenzaremos el asalto final.-
Volviéndose hacia los suyos, les dijo – Es hora de que truene el escarmiento-
Avanzaron resueltamente, y todo el pueblo los acompañó.


*** Fin del Sueño

14: Exocet

Los estruendos del desigual combate fueron escuchados hasta el último rincón de la ciudad, porque sin bien Caleta Olivia se había extendido considerablemente, no había dejado de ser una pequeña localidad provinciana.
Además no existía, salvo el ronco murmullo del mar tranquilo, ningún sonido que aminorara el seco estampido de los disparos ni las fragorosas explosiones de las granadas.
Toda la población escuchaba angustiada el estrépito que llenaba los oídos y el corazón. Pero el súbito silencio que de improviso se apoderó de la noche provocó un quiebre en la actitud de temor que hasta entonces los había tenido aferrados en sus casas.
Más allá de los que por su cercanía, estaban enterados del lugar del enfrentamiento, hasta en los barrios más alejados de la céntrica escuela se corrió la noticia del lugar en que había ocurrido el enfrentamiento.
Espacio dedicado al aprendizaje y a la educación, dentro de la conciencia del hombre común está, como los templos, exento de convertirse en escenario de actos de guerra.
Por eso el asombro fue dejando lugar a la indignación en la medida que rápidamente, palabra a palabra, grito a grito, gesto a gesto, la población se fue enterando de los detalles del hecho militar y de su abrumadora culminación.
Vecinos, familiares y amigos de los alumnos y profesores se fueron congregando tumultuosamente alrededor del edificio en llamas, que iluminaba la noche patagónica como un gigantesco foco.
Foco que atrajo a toda la población de Caleta, salvo a los que estaban imposibilitados de moverse.
El capitán que mandaba el contingente militar chino advirtió que si bien era lo suficientemente importante como para decidir el destino del desigual combate, resultaba harto insuficiente para contener la marea humana que pugnaba por acercarse al edificio que ardía acribillado por disparos y esquirlas, por lo que informó a sus superiores de la situación y solicitó se lo apoyara con adecuados refuerzos.
Las unidades chinas estacionadas en los alrededores de Pico Truncado poco podían aportar sin dejar abandonados sus objetivos, por lo que optaron por solicitar al Estado Mayor inglés de Comodoro Rivadavia dispusiera las medidas que con urgencia reclamaban desde Caleta Olivia.
También estaban en alerta máxima los combatientes locales que habían sobrevivido por haberse desprendido del grupo antes de llegar a la escuela. Eran apenas dos docenas de jóvenes a los que se incorporaron unos pocos que arribaron desde Pico Truncado cuando se enteraron de los hechos.
Alcanzaron asimismo a comunicar lo ocurrido a los puntos que debían ser alertados en ocasiones semejantes.
De tal modo fue que a las dos de la mañana, un agitado decano despertó por teléfono al licenciado Urpoli, transmitiéndole la frase que descodificada, requería su urgente presencia en el lugar.
Luego de informar del panorama a la “mesa chica” que estaba en Buenos Aires, fue conducido hasta Comodoro por baqueanos que utilizaron huellas y caminos secundarios solo conocidos por lo lugareños, ya que no los registraba ninguna cartografía. A la mitad de la mañana llegó a la casa segura que lo aguardaba.
Mientras esto ocurría, en el epicentro de los acontecimientos los integrantes de la resistencia local habían informado a toda la ciudad mediante una radio local, de los hechos ocurridos y de sus resultados; conclusiones a las que habían llegado mediante lógicas deducciones y por las observaciones directas que pudieron realizar.
Así toda la población se encontraba anímicamente soliviantada contra las fuerzas invasoras y dispuestas a enfrentarlas de cualquier modo, lo que fue hábilmente aprovechado por los combatientes, calmando a los más exaltados a fin de evitar un ataque alocado, a la par que insuflaban ardor patriótico y reconocimiento de su autoridad, recorriendo los grupos que espontáneamente se estaban reuniendo en casas particulares y en locales de las más diversas instituciones.
Este estado de ánimo se fue transmitiendo pueblo por pueblo y ciudad por ciudad de modo tal que en pocas horas toda la región patagónica estuvo poseída por un sordo furor que, advertido por las jefaturas de los dispersos contingentes de las Naciones Unidas los llevó a extremar sus propias medidas de seguridad para evitar ser blanco de la ira espontánea de la población, la que comenzó a manifestarse con algunas pedreas de las que fueron objeto pequeños grupos de soldados que no habían llegado a replegarse a sus cuarteles.
El general inglés atendiendo al requerimiento de su subordinado chino, que al fin y al cabo no había hecho otra cosa que obedecer la instrucción que había impartido pocas horas antes, decidió enviar una compañía de “paras” reforzada con un destacamento de marinería que se encontraba en la ciudad a la espera de embarcarse de regreso a Gran Bretaña.
Estimó más que suficiente esa tropa para imponer respeto a los inermes habitantes de la ciudad a la que se dirigían y por otra parte no deseaba disminuir demasiado las fuerzas de su comando central.
Mientras tanto al sur de Rada Tilly se estaban concentrando desde las primeras horas de la mañana, los pequeños grupos de combatientes de todas las localidades desde Rio Mayo hacía la costa, que se habían desplazado a la espera de los acontecimientos y que reunidos, conformaban una fuerza de singular poder de fuego.
Mimetizados en el terreno, velaban las armas mientras los enlaces iban y venían.
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También en los centros de poder afincados en Buenos Aires se había impuesto un desasosegado ajetreo.
La bolsa de comercio registraba una caída generalizada en la cotización de las acciones de las empresas locales relacionadas con la explotación de los yacimientos petrolíferos del sur o con el transporte de energía hacia los grandes centros urbanos del norte del país.
Ante lo que se manifestó como una incipiente corrida, los bancos cerraron sus puertas sin esperar resolución alguna de la autoridad pertinente.
Un incesante ir y venir de vehículos aéreos y de lanchas rápidas desde la imponente mole edificada río adentro evidenciada que los hechos que se estaban desarrollando muy al sur afectaban la velada actividad que se desarrollaba en el complejo edilicio.
La central de medidas electrónicas instalada en un viejo camión con apariencia de casa rodante, que con mucho esfuerzo y más ingenio había montado clandestinamente la resistencia, monitoreaba un incremento geométrico de tráfico informativo hacia y desde la central instalada en la torre de Babel.
La información interceptada fue re-enviada a la oficina que se avocó a descifrarla.


Mientras estos hechos acontecían, la “mesa chica” tomaba conciencia de la dimensión que podía dar a su lucha con la posesión y eventual uso del arma que había llegado a sus manos.
Cuando recibieron de Núñez la novedad, la incredulidad y la duda dejaron paso a la euforia después de que una prolija inspección corroborara que tanto parte electrónica como la cabeza explosiva y el combustible sólido que propulsaba el aparato, habían sorteado exitosamente el paso del tiempo.
Dos lanzadores con sus respectivos misiles habían pasado a formar parte del arsenal de la resistencia americana.
Inmediatamente se avocaron a elaborar todas y cada una de las estrategias que permitían el uso de estos sistemas de armas, para lo cual contaron con el invalorable asesoramiento técnico de dos ingenieros –uno de ellos militar- que conocían al detalle las características de estas.
-Este misil es obsoleto si se lo utiliza para atacar blancos militares actuales, ya que los radares de rastreo y adquisición de imágenes siguieron avanzando en sofisticación y alcance desde la época en que fue diseñado y construido-
- Pero tenemos la ventaja que las computadoras que dirigen los actuales sistemas de defensa anti-misilísticas seguramente no almacenan en sus memorias a este bicho dando por supuesto que ya no existen ninguno-.
-Recordemos que durante la guerra de Malvinas, los buques ingleses no atinaban a defenderse de los Exocet porque sus bases de datos los identificaban como misiles “amigos” ya que componían parte del arsenal de la NATO-
- Estos proyectiles fueron concebidos para ser disparados desde naves o aeronaves, y se desplazan sobre el agua. Están especialmente diseñados para afrontar las perturbaciones electromagnéticas del mar y tienen dispositivos especiales que evitan las interferencias de distinto tipo-.
Raúl, acompañado por dos de los ingenieros que habían inspeccionado los artefactos, instruía a los integrantes del estado mayor nacional sobre las características técnicas de los Exocet.
-Para ser lanzado desde tierra firme el lanzador debe ser ubicado a no más de treinta metros de la costa. Al principio, dirigido por la computadora de tiro, el misil se eleva, para luego bajar a unos dos o tres metros de la superficie acuática, mediante un radioaltímetro-.
-El radar de puntería ubicado en la cabeza del misil recién empieza a funcionar en los últimos segundos del vuelo, que se realiza a una velocidad aproximada a los mil kilómetros por hora. A partir de ese momento el misil es guiado hasta el punto de impacto por los “ecos” que produce el mismo blanco-
-Por las dimensiones de los lanzadores, lo ideal será contar con un camión tipo mudadora para cada uno, lo que además aumenta la seguridad en caso de que por cualquier motivo, pudiéramos perder uno de ellos-
La reunión fue interrumpida por la llegada de un correo que alcanzó un minidisco a uno de los asistentes quien acercándose, susurró algo al oído de Bocha. - Será mejor –dijo este- que continuemos el análisis técnico después de estudiar esta información.-
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-Nuestros análisis, nuestra información y nuestras peores hipótesis se han confirmado- comenzó diciendo Bocha ante su reducido y atento auditorio.
Una cincuentena de personas, hombres y mujeres maduros la mayoría, lo escuchaba atentamente. Entre ellos, una docena de jóvenes de alrededor de treinta y pico de años se destacaban por la determinación que irradiaban sus rostros.
Sus miradas reconcentradas no denotaban exaltación ni fanatismo. Antes bien, una madura seguridad aureolaba sus rostros, lo que contrastaba con la juventud que ostentaban dentro del grupo general.
-Las teleconferencias que pudimos interceptar no dejan lugar a dudas. Esta operación fue planeada con mucha antelación. Décadas diríamos sin temor a equivocarnos. Lo que actuó como disparador fue el “Proyecto Tehuelche”, que vino a integrar efectivamente al dominio político y económico del país una zona que hasta entonces era argentina solo en los papeles.-
-El proyecto, que fue la manera de sacar al país de la postración espiritual y anímica en la que se encontraba, interfirió el plan mundialista de creación de un nuevo estado patagónico como nueva capital del mundo, del cual la instalación de la torre Babel era símbolo visible de la traslación al hemisferio sur de los centros de decisión.-
- De esa manera solucionaban también el gravísimo problema que le ocasionaban los israelíes apátridas, porque podían reubicarlos masivamente en una nueva “tierra prometida”.-
- Si con el “Proyecto Tehuelche” no se hubiera revertido la decadencia y la disgregación de nuestra sociedad, sin duda gran parte de nuestra población, harta de los desastres de las dirigencias locales, se hubiera entregado contenta a los nuevos conquistadores, si les prometían poner orden y terminar con la corrupción generalizada.-
- En otra escala, hubiera sido similar –por ejemplo- al proceso de vaciamiento del sistema ferroviario, que se hizo adrede para que la gente renegara del mismo, y pidiera que lo regalaran a cualquiera que prometiera mejorarlo. Bueno, Menem lo regaló y lo poco que quedó, andaba igual o peor que cuando era estatal, pero ya no había vuelta.-
- Aunque el gobierno no hubiera rescatado las políticas minera y petrolera, hubieran inventado cualquier otra excusa, porque por alguna razón política, cósmica, climática o esotérica, desde hace más de treinta años vienen avanzando, poco a poco, hacia este hemisferio, preparando su aposentamiento.-
- No son sionistas, pero se valen del sionismo; no son masones ni franc-masones, pero utilizan esas organizaciones; han superado las etapas del Bildelberg y de la Comisión Trilateral; tienen un pié dentro del poder vaticano y manejan hasta la Corona del imperio británico; son dueños y señores de la finanza, la técnica y la información.-
- Y lo que resulta paradójico, tenemos una de sus sedes principales frente a nuestras narices, funcionando como un estado aparte.-
- Señores: los argentinos avanzamos alegremente en el camino de la autodestrucción durante décadas. Hoy estamos enfrentados a un desafío que puede ser definitivo para nuestra sociedad tal como la conocemos y queremos.-
- Cualquier cálculo de fuerzas que no contemple el espíritu, nos es tan desfavorable que parecería suicida intentar algo que no fuera una rendición incondicional. Pero toda nuestra vida estuvimos convencidos que La Argentina tiene una misión que cumplir en la historia, más allá de generar vacas y cereales.-
-Ahora es el momento de decidir nuestro destino; el de los que estamos reunidos, de las organizaciones que representamos y el de todos nuestros compatriotas, que por lo que podemos ver, no están dispuestos a dejarse tragar con solo abrir la boca.-
Dicho lo cual se sentó cediendo la palabra a otro de los asistentes, un joven de aspecto aindiado que tranquila y pausadamente informó sobre la organización de la resistencia en el noroeste del país, afirmando cuando concluyó, que el movimiento resistente contaba con el claro apoyo de la opinión de la gente del común y que la estructura organizativa estaba fraguando aceleradamente.
Una mujer de edad mediana que había militado toda su vida en organizaciones sociales del conurbano bonaerense expresó su convencimiento que la población en general, y los sectores más humildes en particular, estaban completamente esclarecidos con lo que habían visto de la invasión, y no dudaba de que aclamarían y seguirían al unísono una propuesta nacional aunque implicara lucha y sacrificio, porque precisamente eran las conductas a las que estaban habituados.
Otros integrantes del grupo, que provenían de diversos puntos del país aportaron informes y opiniones se similar color, hasta que Pepe Castiñeiras se puso de pie.
-Con el Indio venimos de recorrer prácticamente todas las principales concentraciones del gran buenos aires. Adonde no pudimos llegar, mandaron emisarios para decirnos –todos- que hay que levantarse con lo que podamos y si hay que ir caminando hasta Santa Cruz, que vayamos – expresó.
-Pero todos sabemos que toda la lucha que los nuestros están dando en el sur puede condicionar la situación, pero no puede decidirla. Porque si el centro del poder enemigo está acá, la batalla principal la tenemos que dar acá.-
-Por eso propongo que, si estamos de acuerdo, dejemos en manos de los compatriotas que hasta ahora nos han conducido, para que tomen la decisión que estimen mejor corresponda y después cada uno en su lugar, irá al frente hasta el último aliento.-
La aprobación de sus palabras cerró la reunión, y los asistentes se dispersaron tratando de pasar desapercibidos entre los transeúntes que se apresuraban a regresar a sus hogares después de una jornada de trabajo.*