Novela política-profético-onírica
ambientada en la próxima guerra
que se desarrollará en la Argentina
luego de ser invadida
por las tropas de las Naciones Unidas.
Escrita por José Luis Núñez.

Introducción al sueño

Días atrás, mientras chirriaban las brasas alcanzadas por las gotas de grasa que se desprendían del vacío y del matambrito vacunos que convenientemente acompañado de mollejas, chorizos de cerdo, chinchulines y riñones iba camino a constituirse en el preciado manjar que saborearíamos en el quincho de mi casa varios amigos con los que tratamos de mantener esta preciada costumbre, repasábamos algunas circunstancias de la actualidad.
Una actualidad que -confrontada con el lapso que abarca el devenir sobre el cual fuimos construyendo nuestra amistad que en algunos casos sobrepasa los cuarenta años- se torna difícil de digerir, para emplear un término acorde al entorno gastronómico del telúrico simposio.
Con los amigos y compañeros que compartían la jornada nos fue dado vivir más de medio siglo de agitada política argentina, americana y mundial.
La persistencia de la quinceañera vocación que nos llevó tiempo ha, a tomar parte de las luchas de nuestro pueblo, nos fue dando elementos de juicio que nos permitían una particular valoración de personas, conductas y circunstancias.
El servir las mollejas y unos crocantes chinchulines sin trenzar, fue el momento de comentar el descalabro económico, el que cedió el paso a la exégesis del desvencijado panorama del movimiento peronista cuando avanzamos sobre los chorizos y riñones.
Ya con las carnes mayores llegó el intercambio de opiniones relacionadas sobre el empequeñecimiento del espacio argentino en el concierto regional suramericano.
Contrariamente a lo que el lector podrá maliciosamente suponer, las libaciones del buen malbec mendocino que acompañaban obligadamente a las pampeanas carnes, solamente añadían a la razón de los comensales, la chispa que disipa la duda y aligera el pensamiento y permite verbalizarlo con mayor claridad.
De tal modo, cuando la casera ensalada de frutas y el consabido café cerraron esa etapa de la reunión, habíamos logrado pasar revista a gran parte de los hechos con los que todos debemos lidiar cotidianamente en desigual pelea, para evitar quedar sumergidos en el lodo elemental en el que va tornándose paulatinamente nuestra sociedad.
La mateada que siguió, permitió ir acomodando los tantos y glosando los puntos más trascendentes de la extensa conversación, por lo que cuando nos fuimos despidiendo, mutua y recíprocamente nos encargamos el profundizar el desarrollo de los temas que consideramos más importantes, para una próxima tenida.
El hecho es que ese Domingo, como anfitrión, había comenzado a trajinar bien temprano, preparando leña de quebracho, salmuera y chimichurri criollo y acomodando mesas y sillas.
Fuera por eso, o porque la digestión de la cárnica ingesta lo requería, postergué la sistematización de los temas trajinados en pos de una reparadora siesta, recordando aquella máxima del General Perón que enseña que quien la duerme, amanece dos veces.
Durante el sueño fui asaltado por una vertiginosa vertiente onírica quizá atribuible al hecho fisiológico de que mi torrente sanguíneo abandonaba las vías superiores de mi cuerpo para dirigirse a la cavidad abdominal de mi osamenta a fin de aligerar una digestión pesada.
En los sueños, aquellos comensales que me habían acompañado horas atrás, tornáronse graves personajes de vívidas conductas que eran observadas por mí, como desde una invisible atalaya que me permitía obtener la información que luego debía vertir en forma de crónicas.
Hacía el final del ensueño, advertí que a mi etéreo mangrullo llegaban impulsadas por una fresca brisa, Calíope y Clío quienes soplaron sobre mi caletre un aliento que me impulsó, inmediatamente después de despertarme, a escribir ordenadamente todo aquello que acababa de soñar ( ¿o de vivir?).
También recuerdo que Melpómene me advirtió, instantes antes de que la penumbra del sueño cediera al amanecer de la conciencia, que tales ensueños caían dentro de su competencia, por lo que debía ser extremadamente prudente con los conocimientos que premonitoriamente me había insuflado.
Lo que soñé, es lo que paso a relatar.

José Luis Núñez
Octubre 17 del 2009

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